30 de octubre de 2011

Distorsión, mujer del retrato.



Alguien  venció  mis partes más oscuras esquilándome en ceremonias de polvo.
Alguien  reveló  mis absurdos con una ternura de Judas.
Mentí que no era yo. No podía ser yo la piel idiota del arrebato.
Acusé a la otra que vive en mí obsesionada en vulnerarme.
Se mudó  una noche  cuando callé  los párpados, insomne  se desperezó en mi pecado.
Entonces  exilié  mi cuerpo,  gemí  una huida desde los escombros.
Elegí  desterrarme de la  dama que me envuelve en la distorsión del retrato.
Crecí  ingenua pensando que mientras ella dormía, yo volaba.
No se irá hasta que me despierte  y me nombre maldita muda inconclusa. Y me ame.
 Viste de billete de barro y se burla de mi  vestido transparente.
Me seduce en los excesos, me arrastra a la tristeza de sus crímenes.
 Hace huérfanas  las verdades de mi boca  y  embosca mis mentiras en  laberintos  de espejos.
Dentro de  mis  grietas se asoma y respira como hiedra podrida.
Al aire de  mi raíz más insolente me ciega las razones.
Mi otra yo no me pertenece y aun así me somete a sus guerras rotas.
No la elijo en mi pasarela, igual me domina con todas sus piernas.
La intrusa  llegó primero.
Mientras yo me orillaba torpe en un pedacito de siesta etérea.
Desnuda somos las mismas, nos amamos con los huesos en  silencio.
Creo en rendir  profundamente mis dedos en la fiesta de su hambre,
abandonar  mis  falanges  esclavas en sus alucinados  caprichos.
Aunque  mi cuerpo momia se fugue acelerado de vergüenza.
Ella escribe este poema ahora, no yo.
Me robó  las manos.
Ya no importa, ya no duele, porque en su prisa,  me dejó en los ojos la memoria.

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